El primer paso importante es reconocer que se ha sufrido una carencia y dejar a un lado el sentimiento de culpa. Aunque es cierto que los hijos de madres anafectivas crecen con la convicción de no merecer el amor materno, cuando llegan a la edad adulta es esencial que reconozcan que ellos no tienen la culpa de esa falta de afecto.
La palabra FOMO significa «fear of missing out», es decir, miedo a perderse algo. Los psicólogos explican cómo superarlo
Es jueves por la noche, hace frío, llegas a casa reventado del trabajo y nada te apetece más que echarte en el sofá y hacer maratón de tu serie preferida. Pero mientras te pones el pijama, entras en tus redes sociales y ves que tus amigos o tus compañeros de trabajo tienen otros planes: se están tomando unas cañas sin ti y, a juzgar por la foto, se lo están pasando genial. Entonces aparece el FOMO.
Popularizado en la última década a través de Internet, el término FOMO es un acrónimo de Fear Of Missing Out, es decir, el miedo a perderse de algo. El vocablo ha pasado a formar parte de la vida cotidiana en un sentido que va mucho más allá de lo literal. Es, en palabras de la psicoterapeuta Claudia Pradas, «el miedo a no estar presente, sobre todo en una reunión social, a perderse buenos momentos, a no disfrutar. Suele pasar en momentos donde amistades, parejas o familiares deciden hacer algún tipo de actividad y tú, por algún motivo, no puedes hacerlo. A veces, realmente no te apetece estar ahí, pero por miedo a perderte dicha interacción o momento, incluso por miedo a que la gente se olvide de ti, vas».
Causas
Este temor puede tener causas profundas relacionadas con aspectos de la personalidad de las personas, que pueden hacerlas más vulnerables a esta sensación de que no estar presente puede perjudicar el propio estatus dentro del grupo social. En este sentido, la psicóloga Nicole LePera observa: «Un estudio halló que los individuos que reportan niveles más elevados de FOMO de manera consistente también tienen niveles más bajos de tres variables en particular: competencia o confianza en las propias habilidades y capacidades, autonomía y conexiones consigo mismos y otros. Lo que escucho cuando leo estos resultados es que si yo no me siento autónomo, competente en lo que hago, y conectado conmigo mismo y con los otros, eso aumenta las probabilidades de que busque esas variables por fuera de mí mismo».
Así, aunque no siempre se tome en serio por ser un término surgido en Internet, se trata en realidad de un temor que tiene raíces profundamente arraigadas en inseguridades de los sujetos. «Yo creo que la gente con más inseguridades suele tenerlo más, porque al final, eso está basado en un miedo, el miedo a no estar presente. Muchas veces, también está el miedo a que la gente se olvide, quizás al abandono. Incluso, aquellas personas más extrovertidas pueden sufrirlo, porque esas personas se regulan mejor cuando tienen interacción social», apunta Pradas.
La adolescencia, una etapa de riesgo
Cuando pensamos en quiénes son más susceptibles a sufrir FOMO, los adolescentes están en los primeros puestos de la lista. Y esto es, en gran medida, debido a las redes sociales, que fomentan actitudes y percepciones que alimentan estos miedos a perderse de algo. «Los más propensos son los adolescentes. El miedo a perderse algo o no estar participando en lo que creen que están haciendo todos los demás se genera porque las redes sociales transmiten esa sensación de que si yo no estoy activo, si no estoy poniendo un like o comentando una publicación o poniendo alguna, me quedo al margen. Y eso produce ansiedad en los adolescentes muchas veces», explica el psicólogo Antonio Toba, del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia.
FOMO y redes sociales
Aunque podemos sentir miedo a ser dejados de lado por nuestro círculo social si no participamos en ciertas actividades, lo que realmente exacerba y potencia esos temores son las redes sociales. Su rol en esta problemática, explica Toba, es insoslayable: «Son el vehículo en el que esto se transmite».
«Hay gente que cuelga todo el tiempo lo que está haciendo, entonces, tú puedes estar un día tranquilamente en casa, porque te apetece estar tomándote una infusión, te vas a dormir, y al día siguiente ves lo bien que se lo ha pasado otra persona con sus amigos, y ahí aparece el "Tendría que haber salido, tendría que haber estado, tendría que…". Entonces, creo que las redes sociales pueden contribuir a la inseguridad y el FOMO. Son como una lupa que lo hace más grande», señala en este sentido Pradas. Teniendo en cuenta que, según el informe Digital 2022 España, el usuario español medio pasa casi dos horas y media diarias en estas plataformas, la exposición a este efecto de «lupa» es significativa.
Por supuesto, todo dependerá del uso que se haga de ellas. La pandemia ha dejado claro que, utilizadas correctamente, las redes sociales pueden servir para conectarnos y, de hecho, disminuir el sentimiento de desconexión con las personas de nuestro entorno, al permitirnos interactuar con ellas incluso cuando no tenemos la posibilidad de verlas de forma presencial.
El problema surge «cuando empiezas a ver que estás más pendiente de la vida de los demás y de ver las redes sociales que de tu propia vida. Cuando empiezas a darte cuenta de que estás más pendiente de dónde están, qué están haciendo, qué fotos suben, que de lo que tú estás haciendo», explica Toba. De esta forma, «cuanto más fuerte sea la relación humana que una persona puede tener con otra de una manera real, de encontrarse y hablar, menos posibilidades hay de que estos problemas surjan. Cuando una persona empieza a encerrarse en su mundo, a crearse una realidad paralela en las redes, en las que no se comunica y su capacidad de tener gente alrededor, hablar y relacionarse es a través de una panalla, eso va a complicar mucho las cosas», distingue el experto.
Hay que tener en cuenta que «las redes sociales no dejan de representar una realidad ficticia, paralela. Solemos poner las cosas agradables, bonitas, si nos vamos de viaje, si estamos comiendo, con quién estamos. Son cosas que son muy agradables. Eso refuerza esa idea de qué bien viven los demás y qué mal vivo yo», señala Toba.
Lo que ocurre en el cuerpo cuando sentimos FOMO
A nivel fisiológico, al ser una sensación fuertemente ligada al miedo, el FOMO hace que el cerebro responda poniendo al sistema nervioso central en alerta. Esto ocurre porque, como se suele repetir, somos seres sociales y la posible pérdida de estas relaciones sociales se experimenta como una amenaza. «Sin una conexión social, nuestra existencia como especie se ve amenazada. Hay mucha evolución en esto que ocurre en este momento, ese hecho de mirar las redes sociales y ver que no nos invitaron o que no estamos allí y nos causa un miedo inmediato, una sensación física y un miedo a ser excluidos. Ese miedo va más allá de no estar presente en un evento o en una cosa, es el miedo a perder esa comunidad que necesitamos para sobrevivir», explica LePera.
Como explica la National Library of Medicine de Estados Unidos, el FOMO en sí se compone de dos procesos. Primero, tenemos esa percepción de que nos estamos perdiendo de algo y, a continuación, tenemos un comportamiento compulsivo que va a buscar esa conexión social anhelada a través de las redes sociales. «Estos eventos se asocian a la emergencia de síntomas depresivos en algunos individuos» señala el organismo.
Las consecuencias de este fenómeno en la salud mental son importantes. «El FOMO podría ser un factor de empeoramiento de algunos síntomas de salud mental. Por ejemplo, en personas más inseguras, el sentirse que no son importantes en la vida de los demás, y en gente con algunos rasgos como miedo al abandono, al final también pueden acabarse agravando y empeorando esos síntomas. Es posible que la persona esté constantemente en alerta para no perderse nada», apunta Pradas.
Otros vocablos
A raíz de la popularidad del concepto de FOMO han surgido, entorno a él, otros relacionados. Así, tenemos:
- FOBO, o Fear Of Better Option. Es la dilación en la toma de decisiones que surge de un miedo a elegir una opción menos beneficiosa que otra.
- JOMO, o Joy Of Missing Out. Es la sensación de alivio que experimentamos cuando dejamos de lado las redes sociales y, de esa forma, dejamos de sucumbir a la ansiedad.
Superar el FOMO
Si sientes constantemente la presión de tener que estar presente en todas las actividades y en todos los momentos de la vida de quienes te rodean, vale la pena examinar el porqué de esos sentimientos. En este sentido, podría ser útil una psicoterapia enfocada en una reestructuración cognitiva, es decir, «reestructurar las creencias que hacen que una persona necesite estar constantemente presente en la vida de las demás. Pero muchas veces son creencias muy difíciles de reestructurar, porque vienen de algo más profundo. Entonces, en terapia, se puede trabajar desde ese lado más profundo: por qué es tan importante para ti estar presente, o por qué consideras que si no estás presente se van a olvidar de ti, cuándo empiezas a creer esto. Porque al final, este es un mecanismo de defensa: si estoy constantemente ahí, no me van a abandonar. Si estoy constantemente ahí, seré importante para ellos. En terapia tendríamos que estudiar de dónde vienen esas creencias, que muchas veces vienen de algún tipo de experiencia traumática. El FOMO es un miedo que actúa como mecanismo de defensa, entonces, hay que trabajar de qué te estás defendiendo», explica Pradas.
Luego, un segundo paso sería exponernos a esto que nos da miedo. «Con la consciencia de lo que ocurre cuando tenemos FOMO, podemos actuar intentando expandir nuestra tolerancia a esa incomodidad en lugar de evadirla con distracciones», señala LePera.
En este sentido, se trata de lograr una desensibilización. Para ello, puede ser útil dejar de lado las redes sociales, aunque no siempre es posible o conveniente hacerlo de golpe. «Prescindir del móvil de repente puede generar problemas. Es como el síndrome de abstinencia. Entonces, hay que saber equilibrarlo poco a poco, para que la persona se vaya dando cuenta de cómo le está afectando y que esa reducción del uso del móvil aportará beneficios: saliendo más a la calle, teniendo otro tipo de contacto con la gente», dice Toba.
«El mayor refuerzo es cuando te das cuenta de que al ir rebajando eso, tienes beneficios. Si dejo el móvil pero me quedo en casa, no voy a entender por qué no tengo el móvil. Si yo dejo el móvil y empiezo a relacionarme más con gente, me sumo a un equipo de fútbol o empiezo a hacer determinadas actividades que me gustan, es entonces cuando empiezo a ver que ese FOMO era un problema», añade el psicólogo.
Radiografía de la generación de cristal: ¿realmente los jóvenes son hoy menos resistentes?, ¿sus padres lo tuvieron más fácil?
Hace ya tiempo que todos nos hemos familiarizado con el término. La generación de cristal. Bajo esta etiqueta han sido englobadas dos generaciones: los millennials y los centennials (también llamada generación Z). La metáfora es bastante clara y atribuye una supuesta fragilidad a aquellos jóvenes crecidos o nacidos entre tecnología del siglo XXI a la hora de enfrentarse a los embistes de la vida adulta. La fundación SM publicó hace unas semanas una radiografía de esta «generación de cristal» que trata de acotar el término. Porque más allá de esa supuesta falta de tolerancia ante la frustración y las críticas, ¿qué características concretas tienen estas personas?, ¿se basan en datos objetivos o son meras interpretaciones de generaciones anteriores? —que exista un choque generacional, que se confronte lo nuevo con lo viejo, no es nada nuevo en la historia de la humanidad—, ¿son realmente más débiles?.
Laura Inés Miyara
Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.
Fuente: La Voz de la Salud Mental